martes, 16 de noviembre de 2010

FRANCISCO TARIO. LA NOCHE DEL LOCO.

Iba en la prepa y atravesaba por mi 'etapa oscura', así que decidí hacer un ensayo acerca de la noche. En uno de mis ires y venires a la biblioteca México busqué en los ficheros libros con ese título. Sin saberlo y sin adoración previa (con la ingenuidad de quien desconoce nombres y estaturas, diría Guillermo Fadanelli) encontré La noche de Francisco Tario.

Fue cosa de abrir el libro para caer en su embrujo: una colección de cuentos inquietantes donde los personajes van desde objetos insospechados, hasta catrines desquiciados.

Francisco Tario (1911-1977) fue en su juventud portero del equipo Asturias, estaba casado con Carmen Farell, tocaba muy bien el piano, se afeitó la cabeza porque era calvo, jamás palpaba los metales ni el dinero, y era dueño de un cine en Acapulco. Nunca tuvo beca ni recibió premio o reconocimiento alguno y tampoco se le veía en las tertulias literarias.

Su prosa, en palabras de Mario González Suárez, es la de un ángel que cae mientras se eleva su consciencia, insobornable y vehemente, enemiga de cualesquier optimismo fácil, ideología o distractor que le impida al hombre dar fe de su existencia por sus propios medios.

Un imponderable.


LA NOCHE DEL LOCO

—Señorita: ¿quiere usted cenar conmigo?
—Señorita: ¿quiere usted cenar conmigo?

Más de cien veces durante la última semana he estado repitiendo esta misma pregunta al oído de distintas mujeres, quienes rotundamente se han negado a acompañarme. Y entonces yo me he dado media vuelta, me he despedido con la galantería más profunda —según corresponde a mi jerarquía de hombre elegante—, me he colocado el sombrero graciosamente y he echado a andar sin rumbo fijo.

Hice esta invitación en clubes, batallas de flores, museos, templos y lavaderos públicos. Siempre con el mismo resultado. Se lo he propuesto a mujeres maduras, emancipadas y revoltosas; a mujeres casadas, hastiadas y bellas; a jóvenes de cualquier tamaño, desconfiadas, ávidas y deliciosas; a adolescentes ingenuas que volvían de la escuela con sus cuellitos blancos y unos deseos locos de divertirse. Incluso, se lo he propuesto a esas nodrizas robustas que van a flirtear con los soldados a los parques, tirando de un cochecito con toldo, en cuyo interior se vomita un bebé. ¡Nadie, nadie ha atendido mi ruego!

No obstante, empleo medios de lo más correcto, puesto que soy hombre rico y maduro, harto experimentado en asuntos de mujeres. Y así es. He viajado por los cinco continentes y he abrazado frenéticamente a mujeres de todos colores y temperamentos: pelirrojas altivas, con los vientres llenos de pecas; rubias linfáticas, con las pupilas sumergidas en una especie de pus; morenas tormentosas, hidrófobas, que me arrancaban a puñados las cejas mientras yo les sorbía los labios; negras del Congo, con los pechos de tal suerte enhiestos, que para estrecharlas y no herirme tenía que interponer entre nuestros cuerpos una almohadilla o una sábana doblada cuidadosamente. .. Unas y otras se me sometieron con facilidad, a menudo sin que mediara otra cosa que la curiosidad, el morbo o el placer. Mas a pesar de todo esto, he aquí que, de manos a boca, no hay una sola hembra en la ciudad que acepte compartir conmigo un trago de Chablís y un beefsteak con patatas y merengues.

He pensado detenidamente —y pienso— acerca de tales acontecimientos. Busco, y no hallo la causa. Mi aspecto, por descontado, debe ser aproximadamente el de costumbre: alto, un poco seco, con el cabello gris y los ojos también grises. Camino y visto con elegancia, siempre de negro —mi camisa inmaculada, los zapatos irreprochables, una gardenia en el ojal—. Bajo el brazo porto casi siempre un libro, pues es conveniente hacer saber que leo mucho, mucho: ocho o diez horas diarias. Pero siempre el mismo libro. Cada día una página. Cuando el tiempo es favorable uso bastón; cuando amenaza lluvia, paraguas. Durante el verano me aligero de ropa, conservando ¡claro está! su color. Aun a mí mismo me sorprende un tanto esta obsesión estúpida de andar siempre enlutado. Sin embargo, no me preocupo lo más mínimo por esclarecerla. También mis antepasados vestían así. De ahí que, en otra época, mi familia fuese conocida en todas partes con un nombre extraordinariamente poético: "La Nube Negra".

Pues como decía antes. No hay en la ciudad una sola hembra que acepte cenar conmigo. Todas se vuelven ardides, remilgos, y escapan. Pero yo no desespero. Soy como la araña que teje su malla o la hormiga que transporta sus provisiones. Cada día me atildo más; cada día me escabullo con mayor pavor del sol, a fin de conservar mi rostro suave y limpio; me baño en aguas con sales; me mudo de ropa interior seis u ocho veces diarias; me hago limpiar constantemente los zapatos...

Hoy llevaré a cabo una nueva experiencia: me colocaré unas gafas negras y me calzaré unos guantes blancos. He observado que la longitud de mis manos asusta un poco a las hembras, cual si temieran que pudiera estrangularlas con ellas; también cuando levantan el rostro y me miran a los ojos parecen demudarse, exactamente igual que si asomaran sus hociquitos a un antro prohibido. Así pues, es probable que de hoy en adelante pueda vérseme de tal guisa: con unos guantes blancos de cabritilla y unas gafas obscuras, tan enormes, que escasamente logre soportar sobre mis orejas.

Voy a lo largo de un parque. Es una especie de selva sintética, embotellada, con calzadas muy anchas, en cuyas márgenes crecen los árboles, envueltos en la niebla de la noche. Sobre las bancas solitarias saltan los pájaros ateridos como hembras traviesas y vanas. Ignoro hacia qué lugar me dirijo, pero mi paso es firme, según debe serlo, sin excepción, el del hombre sobre la tierra...

Dejo atrás calles, calles iluminadas absurdamente, repletas de hembras muy lindas que mueven sus cuerpecitos alegremente.

—¡Si quisieran cenar todas conmigo!

Y estoy a punto de ser arrollado por un ómnibus cuando me embriaga el ensueño: "Una mesa descomunal, como no han visto los siglos, cubierta por kilómetros de tela blanca y situada sobre distintas naciones; una especie de línea férrea, a la cabecera de la cual estaría yo sentado en una silla, con mis gafas negras sobre las cejas grises y mis guantes blancos puestos a secar sobre un árbol".

Las mujeres van y vienen dulcemente por la calle. Son como mariposas inquietas; y yo quisiera ser flor. Son como flores selváticas; y yo quisiera ser mariposa. Quisiera ser lo que ellas no son, para hacerlas venir a mi lado. Quisiera ser esa muselina ligera que ciñe sus cinturitas tan débiles; esos collares extraños que aprisionan sus gargantas; esos zapatitos tan voluptuosos que me hacen desfallecer de pasión, y sobre los cuales caminan tan nerviosamente. Unas me miran al pasar. Otras, no. Y esto último me entristece de tal forma, que me entran deseos de irme a bañar una vez más, de limpiarme los zapatos. En fin, que es muy duro mi destino.

Mas he aquí que, de súbito, una horripilante idea cruza mi mente:

"Todas las mujeres tienen su hombre. ¡Todas, todas! He nacido demasiado tarde y ya no hay un corazón disponible."

Comienzo a temblar, palidezco de estupor y necesito sentarme en el filo de la acera. Un sudor helado y grasoso me arroya por las sienes.

"¡Todas, todas tienen su hombre!"

Y acuden a mi cerebro visiones cada vez más dolorosas. Veo restaurantes de doscientos pisos, en cuyas mesitas cuadradas cena alegremente la humanidad por parejas... Extensiones inconmensurables de terreno yermo donde millones de mujeres encinta van a visitar al ginecólogo... Infantes que lloran en sus cunas blandas, exhibiendo sus organitos viriles...

—¡No quedará una mujer en el mundo! —grito de pronto, asomándome a las cunas.

Y un caballero, también de negro, me ayuda a incorporarme.

—¿Se siente usted enfermo? —prorrumpe con el sombrero en la mano.
—No —replico—. Me siento perfectamente. Gracias.

Saluda y se marcha. Pero en aquel instante, una ocurrencia me acomete:

"¿Y si lo matara? ¡Su mujer quedaría libre entonces!"

Me lanzo tras de él entre la multitud, como un loco. Le doy alcance, tocándole sin brusquedad en un hombro.

—Perdone —inquiero un poco jadeante—, ¿es usted casado?
El desconocido me examina de arriba abajo y contesta:
—Soy viudo.

Me entristezco y le digo:
—Le acompaño a usted en el sentimiento.
—Gracias... —musita entre dientes, tratando de desasirse de mí, que lo he aprisionado por un brazo.

Otra idea —la máxima— me asalta.
—Disculpe la impertinencia: ¿iba usted a tomar el metro?
—Precisamente —confiesa—. ¡Y es tan tarde!

Comprendo que es un etnógrafo que se halla a merced mía.
—¿Qué rumbo lleva? —insisto.

No percibo su respuesta, mas exclamo, embriagado de gozo:
—Casualmente el mío. ¡Oh, la vida está llena de estas minúsculas peculiaridades! ¿Le incomoda que vayamos juntos?
—Es que...

Lo empujo hacia adelante y penetramos en la estación. Descendemos a toda prisa en un ascensor muy incómodo. En los andenes las mujercitas siguen moviendo sus tiernos cuerpos; pero yo las contemplo ahora con indiferencia. Incluso, me arranco las gafas y sepulto en un bolsillo los guantes. Aspiro el aroma de la flor que llevo en la solapa y pienso:

"Parezco un jardín."

La desprendo con rabia, pisoteándola cual si se tratara de una chinche. No obstante, es una gardenia: una gardenia singularmente fragante, como deben serlo los ombliguitos de todas esas lindas empleadas que escriben a máquina en los Bancos.

Durante el trayecto hablo con mi acompañante, poseído de disculpable calor. El, por el contrario, cada momento más incierto y preocupado. No osa moverse, sonríe ambiguamente, cambia a menudo de postura; pero responde a cuanto le pregunto. Hablábamos de su mujer.

"Debe ser un excelente padre de familia" —pienso involuntariamente.

Y esta insensata idea, unida al color bestial de sus calcetines a cuadros, me hace sollozar.

—¡Oh, por favor, por favor! ¡Se lo suplico! —implora tímidamente.

Algunas personas me observan con desconfianza, y yo me desconcierto de pronto. Para ahuyentar la pesadumbre indago:

—¿Usted nunca se ha retratado?
—Sí —me responde, agitando la cabeza.
—Yo no —admito—. Pero me retrataré hoy mismo.

Y entreveo mi fotografía, ya no al lado de un millón de mujeres bonitas, sino sentado sobre las piernas de una complaciente empleadita, como aquella que va leyendo el diario. "Tengo mi brazo alrededor de su cuello y ella me mira franca, apasionadamente a los ojos, a pesar de que no llevo gafas. Ahora visto de gris, con una corbata amarilla."

—Bueno... ¡hasta la vista! —exclama mi compañero, de un modo atropellado, ofreciéndome su mano sudorosa.
—¡Cómo! ¿Se marcha usted? —lamento—. ¡Tanto gusto en conocerle!

Se va y yo me apeo en la estación siguiente. Salto dentro de un taxi y menciono un nombre muy extraño que tengo que repetir varias veces. Primero cruzamos una plaza, en cuyo centro hay una fuente; otra plaza sin fuente; calles, calles, todas gemelas, huecas, como el sistema de una tubería. Aparecen los árboles, las chimeneas de las fábricas, los lavaderos. Estamos en los suburbios. Diviso la luna —¡y es hermosa!—.Proseguimos: el campo. La llanura plana, quieta, igual que el pecho de un tísico. Así media hora, una, dos; hasta que el vehículo se detiene en seco.

—¿Es aquí? —pregunto.
—Aquí mismo —responde el chofer.

Liquido la cuenta, abro la portezuela y suplico:
—Tenga la bondad de aguardarme. Tardaré a lo más veinticinco minutos.
—¡Correcto! —asiente—.Y se tumba a dormir con los bigotes sobre el volante.

Yo me lanzo entre las sombras rumbo a un puñado de casitas grises en cuyas ventanas hay luces. Escucho el reloj de la parroquia: las once. A un tiempo, distingo la cabeza enorme de un hombre que se aproxima cantando con voz de campesino. Le detengo, adoptando el continente más sereno de que soy capaz.

"Podría tomarme por un demente" —pienso estremeciéndome.

E inquiero:
—Disculpe, ¿podría usted indicarme dónde se halla el cementerio?

Gira sobre sus talones sucios, yergue un brazo hercúleo y señala una mancha próxima, oscilante.
—Detrás de esos árboles —me informa.

Doy las gracias, encaminándome hacia la mancha. El sendero es largo, no tan fácil como me suponía y lleno de barro. Con frecuencia doy un traspié y resbalo, rodando hecho un guiñapo. Pero es tal la alegría que salta en mi pecho, tal mi avidez, que rompo a cantar y a reír, hundido el rostro en el estiércol de las vacas.

"¡Ahora voy a tener mujercita y esto es espléndido! —cavilo—. ¡No moverá mucho su cuerpecito porque está muerta, pero al menos podremos retratarnos! Si está demasiado rígida, la aceitaremos. Si su ropa se halla deteriorada, la vestiremos adecuadamente. Si está muy pálida, muy pálida, le untaremos de carmín las mejillas...Y yo me sentaré en sus rodillitas desnudas y le pasaré un brazo por su hombro, y ella me mirará con sus pobrecitos ojos quietos a mis ojos grises y sin gafas."

Un silencio inusitado me rodea. La obscuridad me envuelve, cual si me hallara en el interior de una cámara fotográfica. Llego, por fin, al cementerio. Me descubro, y nadie sale a recibirme. Llamo febrilmente a la puerta: ni una triste alma responde.

"Debe ser aún temprano" —calculo.

Y sentándome sobre una piedra, me dispongo a esperar con toda calma.

Transcurrido el tiempo de fumarme un cigarrillo, me levanto. Miro a un lado y otro, y, con la agilidad de un gorila, salto la tapia. Requiero a gritos al camarero, al maítre, al manager. Inútil. Mi grito repercute en las tinieblas, choca contra una montaña y me vuelve a la boca. Me lo trago y sigo adelante por entre las sepulturas. Una voluptuosidad inaudita me invade. Hierve la sangre en mis venas, y visiones realmente lascivas desfilan ante mis ojos. Parece que entro a un cabaret.

"¿Dónde andará mi mujercita?"—digo para mis adentros.

Procuro seguir las indicaciones del viudo tímido. Busco sobre las cruces el epitafio. No lo encuentro, y lo que es bastante peor: me restan apenas cinco fósforos.

—¡Vaya un restaurante desanimado! —prorrumpo deteniéndome. Y continúo más y más impaciente, más y más angustiado, derribando tiestos con flores, copas y vasos, tronchando rosales, pisoteando a los parroquianos, partiendo las cruces, atropellando a los camareros que duermen...

Llego, en suma, a mi destino: a la casita blanca. Veo el nombre de la muerta. Me inclino sobre la lápida y leo el menú. Hecho un loco, un abominable loco, comienzo a trabajar. El trabajo es arduo, me extenúa, haciendo tronar mis huesos; pero mi ansiedad va en aumento. Como un perro escarbo la tierra, destruyo las raíces malignas, hiriéndome las uñas; lanzo pedruscos al aire, algunos de los cuales me caen en la cabeza.

"¿Quién estará riñendo?"—me pregunto asustado, mirando a todas partes.

Sangro y me ato el pañuelo a la frente.

—¡Después ajustaremos esa cuenta! —amenazo, señalando un árbol.

Súbitamente topo con algo sólido, al parecer infranqueable. ¡Ah, me aguarda en el reservado! Me vuelvo tímido, infantil, casi femenino. Golpeo con el puño delicadamente.

—¿Se puede? —inquiero.

Nadie contesta. Llamo más fuerte.

—¿Se puede?

"¡Oh, las delicias del adulterio!"—suspiro.

Pero grito:
—¡Abre o echo abajo la puerta!

Suenan dentro risitas muy débiles, como de alguien a quien le hicieran cosquillas con una pluma. Percibo, también, unos taconcitos femeninos que golpean, golpean el suelo.

—¡La echo! —aúllo.

Y cumplo mi palabra.

Salta el féretro en pedazos, salpicándome la lengua de una substancia ácida y muy fría. Adivino, más que distingo, una figura femenina, vestida de baile, inmóvil sobre un canapé. Me inclino hacia ella dulcemente, seductoramente, igual que los galanes en el teatro. Musito:

—Señorita: ¿quiere usted cenar conmigo?

Me halaga su voz somnolienta.

-¡Sí!

Le echo mano. Pesa poco, y su cuerpecito tintinea como un bolsón de cascabeles. ¡Debe estar tan ilusionada!

Con mi presa a cuestas me encamino hacia la tapia, advirtiendo que algo se enreda entre los árboles. Cuando pienso que sea su cabellera espesa me trastorno aún más. ¡Besaré así, así, su maraña negra, hundiendo en ella mi cabeza hasta el cuello! La deposito en el muro, salto, y la recojo de nuevo.

—¡Perdone usted! —balbuceo, dejándola caer sobre el lodo—. Me olvidé el sombrero.

Entro, y vuelvo a salir con el bombín un poco ladeado. Me la echo otra vez sobre las espaldas, y así avanzamos en la obscuridad impenetrable. Pronto el cansancio me rinde, flaquean sensiblemente mis rodillas y las fuerzas me abandonan. Bajo las ramas de un corpulento chopo me siento y siento a mi mujercita.

—Señorita: ¿le gustaría a usted retratarse conmigo?

Y evoco la imagen sugestiva: yo sobre sus rodillas, y colgando de un árbol mi traje.

Procedo al punto a desnudarme; a desnudarla a ella, lo cual no es tarea fácil, pues se resiste. Cuelgo, en efecto, mis ropas, y voy presuroso a instalarme. Lo hago con cautela, tierna, ceremoniosamente. Le paso a continuación un brazo por el hombro helado. Cruzo las piernas. Sonrío. Alzo la vista, mirando con desdén a todas las mujeres del universo.

—No te muevas —le ordeno.
—¿Listo? —pregunta el fotógrafo.

Yo digo:
—Espere usted un momento. Voy a estornudar...
Estornudo una vez, dos, hasta cinco.
—Mírame —suplico a mi mujercita.

Y nos retratamos. Nos retratamos cerca de quince veces, siempre en la misma postura, como si fuéramos dos estatuas. Yo así: sin gafas, sin guantes, sin gardenia. Igual que en aquel tiempo, cuando compartía el lecho con las negras del Congo.

Y como entonces, también, hube más tarde de colocar entre nuestros ardientes cuerpos mis ropas negras muy bien dobladas, porque los pechos enhiestos de ella penetraban en mi carne igual que dos afilados cuchillos.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

RETRATO DE UN VAMPIRO


Hay películas malditas. Que el simple hecho de rodarlas es una experiencia terrorífica. Que dejan secuelas en el director, en el reparto, en los espectadores. Que esperan en las sombras de la memoria algún resquicio para manifestarse y revivir el horror. Una de ellas es ALUCARDA: el Anticristo, el Maligno, el Drácula femenino… Afortunadamente, un grupo de entusiastas la ha invocado para mostrárnosla con toda su malignidad en el documental RETRATO DE UN VAMPIRO.

Ulises Guzmán es el encargado de transportarnos al extraño mundo de Juan López Moctezuma (1932-1995): creador, además de Alucarda (1978), de The mansion of madness (1973), Mary, Mary, bloody Mary (1975), Matar a un extraño (1985) y El alimento del miedo (1994).

Este vampiro, caballero victoriano o, en palabras de Monsiváis, Lovecraft mexicano, le cambió la vida a un par de espectadores. Estos auténticos fans from hell vieron sus propios infiernos reflejados en la proyección de Alucarda y se convirtió en el objeto de su obsesión y adoración.

Coleccionaron todo lo que encontraron y, en esas deliciosas y extrañas coincidencias de la vida, conocieron al propio López Moctezuma en el momento más álgido de su vida: recluido en un manicomio.

De forma fantástica, este par de adoradores “raptó” a López Moctezuma y le ayudó a superar la crisis nerviosa que estaba viviendo. Como muestra de gratitud, les regaló la mayoría del material original utilizado en sus películas antes de morir.

Ulises Guzmán logra retratar al vampiro a través de testimoniales, de comentarios de expertos en cine de horror, de la dramatización, del performance y de la animación, con esa dosis de extrañeza y fantasía que caracterizó al cine de López Moctezuma.

Este documental, sin duda alguna, saciará la sed de los Alucardos y le presentará a las nuevas generaciones un autor que, merecidamente, se ha convertido en referencia obligada en el cine de horror mexicano.

EL ENEBRO tuvo la oportunidad de entrevistar a Edna Campos Tenorio que, además de ser la Directora General del Festival Macabro, funge como Productora y Coguionista de este gran documental.

¿Cuál fue la primera película de López Moctezuma que viste?
Alucarda.

¿Cuál es la importancia de López Moctezuma en el cine?
Se atrevió a hacer un cine diferente a lo que se estaba haciendo en México, influenciado por el Giallo y otros movimientos que ya estaban presentes en la escena internacional.
A pesar de no haber sido un gran director fue todo un visionario y como tal, no tuvo mucho éxito en México, por eso rodó en inglés.

¿A qué consideras que se debe el olvido en el que se encuentran los filmes de López Moctezuma?
Su familia no está interesada en que se difundan, aunado a que los derechos de sus películas son propiedad de una productora mexicano norteamericana.
Las copias que existen se encuentran en mal estado; han existido acercamientos para restaurar La mansión de la locura y Mary, Mary, bloody Mary, pero no tuvieron éxito.

¿Hubo alguna dificultad en la producción de Retrato de un vampiro?
El dinero.

Pero seguro también tienes buenas anécdotas...
La película tuvo muchas cosas a su favor, la gente mostró gran disposición para ser entrevistada; por ejemplo, Tina Romero (Alucarda) accedió y se mostró sorprendida cuando la llevamos al Tianguis del Chopo y se dio cuenta que Alucarda se ha convertido en una película de culto, que nunca vio completa, por cierto.

¿Hubo alguien que no accediera a las entrevistas?
Susana Kamini (Justine, quien se da el épico baño de sangre), quiere olvidarse de esa época de su vida (risas).

¿Dónde conociste a Ulises, el director?
Cuando presenté Virgen de media noche y Corazón de terciopelo como parte de la selección de cortometrajes de Macabro. De él surgió la idea de hacer el documental.

¿Habías producido antes?
Puros cortometrajes, este es el primer largo.

El documental fue presentado como parte de Macabro 2010, ¿lo has presentado en otra parte?
Hubo una presentación especial en SITGES, nos fue muy bien. 

¿Qué sigue para Retrato de un vampiro?
Terminar la postproducción y después de eso, festivalearlo para su difusión y conseguir distribución, que es lo más difícil.


El trailer de Alucarda:


Acá una reseña de Alucarda

martes, 2 de noviembre de 2010

MÓRBIDO. Selección de cortometrajes: sangre a cuenta gotas.

Como parte de sus actividades, el pasado viernes 22 de octubre, Mórbido exhibió una selección de cortometrajes en el panteón de Dolores.

Un enorme trailer dispuesto en el interior del panteón hizo las veces de cómoda sala de cine en la que, muy ambientados, veríamos los siguientes cortos:

  1. G. Director: J. Xavier Velasco.
Es la historia de un hombre que ha dedicado toda su vida a una idea y continua en su proceso, hasta que logra un acto extraordinario solamente con el poder de su mente.


g. from J. Xavier Velasco on Vimeo.


  1. Bestiario. Director: Daniel Castro.
Uno de los miembros de una familia es una bestia... pero las apariencias engañan.

  1. Líbranos del mal. Director: Mariana Santana de la Torre.
La historia de una niña alterada por la separación de sus padres.
  1. Serial Comic No.1 Fijación. Director: Cesar Amigó Aguilar.
Por si pensaban que las vecinas atractivas y solas eran inofensivas.
  1. Últimos Pasajeros. Director: Ricardo Soto.

    Un vagabundo y su pequeña rata mascota adoptan al metro como su único refugio para volverse testigos del diario acontecer colectivo. Paralelamente, otro vagabundo viaja por diferentes líneas, creyendo que son sus dominios, ¿qué pasará cuando se encuentren?
  1. Dreams. Directora: Ali López.
¿Qué harías si todo el tiempo despertaras de una pesadilla?

  1. Score. Director: Sergio Tello.
  2. El Hada Madrina. Director: Ricardo Gaspar de Alba.
    La historia de un franelero levantado por una madrina (policía judicial) para enmascarar sus delitos.
  1. La Urna. Director: Juan Walle.
    Un fantasma acecha a Laura en su departamento y ella tendrá que ayudarle a expiar sus culpas.
  1. Necrolust. Director: Mario Bracamonte.
Basado en una historia del programa de radio mexicano “La mano peluda”, acerca de un hombre enriquecido por obra y gracia del diablo.

  1. Pyknosphygmia. Director: Omar Jacobo García.
    El Demonio. Director: Raúl Suarez.

Destacan G, Últimos pasajeros y Dreams: los dos primeros tienen una manufactura cuidada de cabo a rabo y el tercero, con un presupuesto notoriamente menor, logra muy buenos resultados.

El resto de los cortos exhibidos reiteran la dificultad para hacer cine de terror, puesto que las fallas visibles, como la sangre que parece brotar de un popote, las animaciones de mala calidad y los clichés gastadísimos, no producen indiferencia en el espectador, sino unas risas tan sonoras que destruyen el efecto final buscado: el terror, la zozobra.


lunes, 1 de noviembre de 2010

SCREAM AWARDS 2010

Esta es la mejor época del año para todos los amantes del terror: festivales, marchas, conferencias, mesas redondas, maratones...

Uno de esos eventos tuvo lugar hace un par de horas: SCREAM AWARDS 2010.

Sí, sólo se reconoce y premia al cine fantástico estadounidense, y dentro de este cine sólo a los grandes éxitos o "blockbusters". Pero hay que reconocer que son los reyes del espectáculo y esta vez no fue la excepción.

Todo comenzó con Halle Berry entregando el premio Scream Supreme a Chris Nolan por su espectacular EL ORIGEN, que también se llevaría los premios a mejor película de ciencia ficción y a mejor pelea y que fue la inspiración para la escenografía del programa.

El premio a mejor villano se lo llevó Mickey Rourke por su papel en IRON MAN 2; el de mejor actriz de fantasía fue para Kristen Stewart por ECLIPSE; el de mejor actriz de terror se lo ganó Ana Paquin por la serie televisiva TRUE BLOOD y Alex Skarsgárd se llevó el de mejor actor de terror por la misma serie.

Las categorías más divertidas de estos premios son el de la escena "holy shit" y el de mutilación memorable. TRUE BLOOD se llevó la primera y THE HUMAN CENTIPEDE la segunda.

Se presentaron avances exclusivos de: SUPER (protagonizada por Rainn Wilson), THE RITE (con Anthony Hopkins), SCREAM 4 (de Wes Craven), ACTIVIDAD PARANORMAL 2, AVATAR (escenas extra) y HARRY POTTER.

El premio a mejor escritor de cómic se lo llevó Geoff Jhons (Linterna verde) y el de mejor cómic o novela gráfica fue para THE WALKING DEAD, de Robert Kirkman (cuya versión televisiva se estrena hoy a las 10pm por FOX).

Se reconoció a Sigourney Weaver, que salió de un huevo de Alien, con el premio Heroína; a los 25 años de VOLVER AL FUTURO (que el próximo 5 de noviembre llegará de nuevo a las pantallas). David Spade, entrando al escenario en un DeLorean, fue el encargado de presentar a Michael J. Fox y a Christopher Lloyd que le pusieron el toque emotivo a la noche; y a la serie LOST, que fueron despedidos con Free Bird de Lynyrd Skynyrd.

La mejor película en 3D fue AVATAR, que también se llevo el de mejores efectos especiales y James Cameron el de mejor director y la mejor peor película fue PIRANA 3D.

Marilyn Manson y una mujer en llamas se encargaron de darle a TRUE BLOOD el premio a mejor programa de televisión y M.I.A. amenizó la velada con su muy rara música.

La mejor película de fantasía fue ECLIPSE y la de terror ZOMBIELAND. Bill Murray, enjaretado con su antiguo traje de cazafantasmas, recibió el premio por mejor actuación especial.

Lo mejor de la noche fue sin lugar a dudas el premio Comic-con Icon a la trayectoria de RAY BRADBURY (además de los clásicos, tiene que leer El vino del estío).

Y finalizó con la películas más esperadas: Amanecer, Harry Potter, Tron, Cowboys & aliens y Linterna verde.

Acá pueden ver a todos los ganadores.

Sé que un programa que premia a vampiros sexys, a vampiros castos y a criaturas azules pierde seriedad, pero es un buen parámetro para comparar lo que se está haciendo en Hollywood con el resto del mundo.