Un día, en el librero de mis padres encontré un grueso libro de pasta dura que, desde la portada, me pareció todo un misterio. Lo abrí: La Divina Comedia estaba ante mis ojos, en su versión ilustrada por Gustave Doré. Comencé a leerlo mientras me quedaba largo rato mirando los grabados. Sobra decir que El infierno me cautivó. El cielo, con sus luces divinas y su jauría de ángeles me parecía aburrido al lado de Minos con su larga cola y las hordas de condenados.
En aquellos ayeres, había sido alentada por mi abuela a la lectura de Poe, cuyas Historias extraordinarias leía una y otra vez hasta que me enamoré perdidamente de Roderick Usher, amorío que terminó a mediados de la prepa, cuando comprendí que no me toparía jamás con tan atormentado caballero.
Otra de las historias que más me gustan es la de El cuervo, cuyo angustioso ritmo disfrutaba en la repetición. ¡Leonora!, ¡Leonora! El gusto por el poema aumentó cuando vi la adaptación que se hizo en Los Simpson, que fue grabada en un VHS y vista hasta el cansancio al lado de mi hermana.
Ahora, me complace haber encontrado dos de mis grandes placeres infantiles en uno: El Cuervo y otros poemas, de Edgar Allan Poe, ilustrado por Doré.
Para finalizar, los dejo con el inicio de El cuervo:
Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore-
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As some one gently rapping, rapping at my chamber door.
" 'Tis some visitor" I muttered, "tapping at my chamber door -
Only this and nothing more."
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